miércoles, 8 de octubre de 2008

LA LLAMA DE LA REVOLUCION 1810


El inicio de la epopeya - La comunicación del primer gobierno patrio - La resolución del 8 de junio - Elección de un diputado - Las tribulaciones del cura Redruello - La actitud de don Josef de Urquiza.


El inicio de la epopeya. En el sureste entrerriano, recostada junto a uno de los riachos que vuelcan sus aguas en el inmenso río, había surgido en 1783, la humilde villa de la Concepción del Uruguay. Puesta bajo la advocación de la Inmaculada, se convirtió con el andar de los años, en cuna de hombres ilustres y en escenario de trascendentales acontecimientos.

Corrieron entonces los días de la epopeya. Gesta tras gesta inscribieron su nombre en las páginas de nuestra historia. La lucha contra el español, primero, y con el portugués, después. Defensa impar del federalismo como aspiración suprema de los pueblos. Hijos de la tierra dando todo, esfuerzo y vida, por el logro de afanes nobles.

En el violento entrechocar de aquellas horas bravas, Concepción del Uruguay había dicho su ¡presente! Sus hombres pelearon tenazmente en las luchas libertarias y trabajaron intensamente en la paz siempre anhelada. Ellos se destacaron en el vasto panorama de montes y cuchillas porque estuvieron ligados a la tierra entrerriana por ese vínculo indestructible que une al hombre con la tierra que puebla, trabaja y defiende.

La comunicación del primer Gobierno Patrio. El primer acto con que Concepción del Uruguay inscribió su nombre en el glorioso historial de nuestra patria, tuvo lugar el 8 de junio de 1810.

Pocos días antes, en la capital del virreinato del Río de la Plata, se habían producido hechos de significativa importancia. El concepto de soberanía popular expresado en el Cabildo Abierto del 22 de mayo, por las palabras de Castelli y por el voto de Saavedra y de otros patriotas, se tradujo, apenas tres días después, el glorioso veinticinco de mayo, en la creación de nuestro primer Gobierno Patrio.

La revolución había nacido en Buenos Aires, pero su destino final era la patria toda. Apenas constituida la Primera Junta, adoptó importantes medidas de gobierno. De inmediato lanzó una Proclama a los habitantes de la capital del Río de la Plata y de las Provincias de su mando, en la que expresó: "llevad a las Provincias todas de nuestra dependencia, y aún más allá, si puede ser, hasta los últimos términos de la tierra, la persuasión del ejemplo de nuestra cordialidad y del verdadero interés con que todos debemos cooperar a la consolidación de esta importante obra. Ella afianzará de un modo estable la tranquilidad y bien general a que aspiramos".

El 27 de mayo, nuestro primer gobierno patrio cursó a las provincias la famosa circular cuya finalidad era comunicar a los cabildos del interior la instalación del gobierno revolucionario, solicitándoles su adhesión y la elección de representantes, los que "han de irse incorporando a esta Junta conforme y por el orden de llegada a la capital".

Ignoramos de que manera llegó hasta Concepción del Uruguay la circular del 27 de mayo. Pudo haber sido su portadora alguna embarcación que, presurosa, aprovechando vientos favorables, surcó las aguas azules del Uruguay. O, tal vez, llegara en las alforjas del algún chasque que, devorando distancias bajo un cielo de otoño, atravesó ríos y arroyos, y anduvo caminos apenas insinuados entre montes de talas y espinillos.

Curiosa jugada del destino, pues mientras esto ocurría, otro mensajero, hijo de Concepción del Uruguay, agotaba caballo tras caballo en loca carrera contra el tiempo. Era Melchor José Lavín que, en misión muy distinta, portaba pliegos de Cisneros para Liniers. Revolución y contrarrevolución, cara y cruz en el destino de un pueblo que quería nacer...

La resolución capitular del 8 de junio. Por una serie de circunstancias propias a su idiosincrasia y a su medio - ha dicho con acierto Leoncio Gianello - los pueblos entrerrianos estuvieron inmediatamente en aptitud de franca adhesión al movimiento de Mayo. La incertidumbre en que vivía gran parte de los pobladores con respecto a la tierra que estaban poseyendo y cuya propiedad alegaban poderosos terratenientes, vinculados a las autoridades virreinales que amenazaban desalojarlos; el aislamiento que su configuración geográfica había determinado en la región, y la escasa radicación en ella de funcionarios representantes de la autoridad central, eran factores de un acendrado particularismo que se convertiría muy pronto en anhelo de libertad y autonomía gubernativa.

De manera, pues, que cuando el alcalde de Concepción del Uruguay recibió la comunicación de la instalación de un nuevo gobierno en el Río de la Plata, tras la disposición del virrey Cisneros, inmediatamente llamó a reunión a los demás integrantes del Cabildo para responder al requerimiento de la Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata.

El extravío de los libros del Cabildo de Concepción del Uruguay - problema al cual ya nos hemos referido con anterioridad - no nos permite conocer con más detalles lo ocurrido en esa sesión. Si hubo o no opiniones encontradas. Si algún regidor se manifestó en desacuerdo con la actitud que la mayoría pensaba adoptar. O si, por el contrario, todos fueron coincidentes en aceptar el criterio que finalmente se siguió.

Sólo sabemos - y es lo que más importa - que el 8 de junio de 1810, a tan sólo catorce días de los trascendentes acontecimientos ocurridos el 25 de mayo, el Cabildo de Concepción del Uruguay, apenas recibida la circular de la Junta, dispuso su reconocimiento al primer Gobierno Patrio. La institución capitular uruguayense se convirtió, así, en el primero de los cabildos entrerrianos que tomó tan importante decisión.

Por fortuna, se conserva en el Archivo General de la Nación el oficio que el ayuntamiento uruguayense dirigió a la Junta, a través del cual no sólo quedó evidenciada su adhesión al nuevo gobierno, sino la aseveración de que pronto se elegiría el diputado que representaría a la villa de Concepción del Uruguay ante la Junta Gubernativa.

El precioso documento, que lleva la firma de José Miguel Díaz Vélez, Agustín Urdinarrain, Domingo Morales y José Aguirre, dice así: "Exmos. Señores de la Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata. Acabamos de recibir con oficio de V.E. del 1° del corriente, los impresos que manifiestan los justos motivos y fines de la instalación de la Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata a nombre del Señor don Fernando VII y quedan dadas todas las disposiciones para que se lleve a debido efecto en el distrito de esta jurisdicción cuanto V.E. se sirve prevenirnos. El más pronto envío del diputado de esta villa y el puntual cumplimiento a las presentes y sucesivas órdenes de V.E. acreditarán el celo y patriotismo de este vecindario a cuyo nombre tenemos el honor de felicitar a V.E. Nuestro Señor guíe la vida de V.E. muchos años. Villa de la Concepción del Uruguay, 8 de junio de 1810".

Elección de un diputado. El acto de reconocimiento y adhesión quedó así cumplido. Pero faltaba un paso más para dar efectivo cumplimiento a la circular cursada por la Primera Junta. El vecindario de Concepción del Uruguay debía elegir un diputado, que en su representación se incorporaría al gobierno constituido en Buenos Aires.

La elección - como era usual en la época - se realizó en cabildo abierto, al que concurrieron cuarenta y cuatro caracterizados vecinos, presididos por los siete funcionarios del cabildo ordinario.

El lunes 30 de julio de 1810 fue un día distinto en Concepción del Uruguay. Pocas veces los habitantes de la villa habían sido convocados para tomar una decisión política de tanta trascendencia. Por primera vez, uno de ellos tendría oportunidad de representarlos en el Gobierno Superior del Río de la Plata. Por primera vez, la palabra del diputado - que sería la palabra de todos - sería escuchada. Por primera vez tomarían parte efectiva en la conducción política y económica del país.

Es de imaginar entonces, los momentos que se vivieron en la villa ese lunes 30 de julio. Cesó la actividad de todos los días. Los concurrentes al cabildo debieron suspender sus tareas cotidianas. Y aún los que no participaron de la reunión, se acercaron curiosos, formando corrillos o deambulando por las adyacencias.

Por fin llegó la hora fijada. En los lugares de privilegio se ubicaron los funcionarios del ayuntamiento: al alcalde de primer voto, doctor José Miguel Díaz Vélez; el alcalde de segundo voto y juez de menores, don Domingo Morales; el regidor decano, don Agustín Urdinarrain; el regidor segundo y alguacil mayor, don José Aguirre; el regidor tercero con ejercicio de fiel ejecutor y juez de policía, don Ramón Martiranía; el cuarto regidor y defensor de pobres y menores, don Lorenzo Macazaya; y el síndico procurador general, don Sebastián López.

Más allá tomaron ubicación los vecinos concurrentes, entre los que se destacaban el comandante militar de Entre Ríos, don Josef de Urquiza; los presbíteros Redruello, Sánchez y de los Santos; don Ignacio Sagastume, don José Posse de Leys, don Lorenzo López, etc.

El acta de la sesión del cabildo abierto de Concepción del Uruguay, después de registrar los nombres de todos los asistentes, continúa expresando que "dijeron que habiendo resultado electo en acto de la misma fecha para diputado de nuestra villa, el señor Cura Vicario, doctor don José Bonifacio Redruello, otorgaron que le confieren y dan para sí y a nombre del Cabildo y su vecindario, todo su poder cumplido especial y tan bastante cual de derecho se requiera y sea necesario para más valer al referido doctor José Bonifacio Redruello, para que representando su acción y derecho como si ellos mismos presentes fuesen, se persone a la Junta Superior Provisional Gobernadora de las Provincias Unidas del Río de la Plata a nombre de Nuestro Amado Fernando VII y en ella haga y practique todos los actos a que se dirige su convocatoria con arreglo a lo prevenido por la misma Superior Junta, promoviendo en todos ellos la guarda y consideración de los derechos de nuestro amado Soberano don Fernando VII, y juraron a Dios y a una señal de Cruz, no reconocer otro soberano que al mismo Señor Fernando VII y sus legítimos sucesores según el orden establecido por las leyes y estar subordinados al gobierno que legítimamente represente, haciendo igual juramento el Diputado en cuya señal firma".

Y a renglón seguido, uno por uno, las autoridades capitulares y los vecinos de Concepción del Uruguay asistentes al cabildo abierto del 30 de julio de 1810, fueron estampando sus respectivas firmas: José Miguel Díaz Vélez, Domingo Morales, Agustín Urdinarrain, Josef Aguirre, José Ramón Martiranía, Lorenzo Ignacio de Macazaya (o Macatzaga?), Sebastián López, José Bonifacio Redruello, Francisco Santos, Juan Antonio Sánchez, Josef de Urquiza, Francisco Doblas, José Pérez, José Antonio Posse de Leys, Ignacio Sagastume, Juan Bautista de Gomensoro, Carmelo Chaves, José Víctor de Alzáa y Olaye, Lorenzo López, Agustín Almada, Melchor José de Rilo, Andrés San Pedro Galán, Angel Raña, Narciso Calvento, Mariano Romero, José Zubillaga, José Antonio Pérez, Luis de Hermelo, José Piriz, Romualdo Núñez, Francisco Fernández, Domingo Benítez, Santiago Amarilla (o Amarillo), Miguel Dumón, Roque Romero, Juan José Walton, José Antonio Bolado, José Francisco de Castro, Antonio del Rivero, Antonio Domínguez.

Como algunos de los asistentes no sabían firmar, Alzáa y Olaye lo hizo a nombre de Lorenzo Aguirre, Félix Pavón, Antonio Novas Travieso, Cayetano Tolosa, Manuel Blanco, Mateo Taborda, Antonio Osuna, José Agosto, Miguel Lescano y Juan Antonio Retamal.

Las tribulaciones del cura Redruello. El diputado elegido por el vecindario de Concepción del Uruguay era todo un personaje. No necesitamos recordar a nuestros lectores que en el capítulo 13 de la Primera Parte ("la vida religiosa"), hemos trazado la biografía del distinguido sacerdote. En esos momentos, de acuerdo con el pensamiento de la mayoría de los asistentes al cabildo abierto del 30 de julio, los uruguayenses de 1810 no podían haber elegido mejor...

Pero he aquí que el doctor José Bonifacio Redruello jamás se incorporó a la Junta Gubernativa. ¿Qué pudo haber ocurrido para llegarse a semejante frustración?

La respuesta a esta pregunta surge de una lectura atenta de los dos documentos que hemos reproducido: el oficio del Cabildo a la Junta, del 8 de junio, y el acta del Cabildo abierto del 30 de julio. Ambos papeles, en consonancia con las resoluciones, circulares y declaraciones de la Junta, transpiran una total adhesión y respeto hacia el monarca español.

Y en Concepción del Uruguay, como en tantas otras partes del antiguo virreinato, había muchos españoles - peninsulares o americanos - convencidos sinceramente de la necesidad de salvaguardar los derechos de Fernando VII ante la dramática situación de España. Por eso la adhesión y el acatamiento al nuevo gobierno del Río de la Plata, que proclamaba a los cuatro vientos esa necesidad.

Pero la "máscara de Fernando", como ha dado en llamar la historia tradicional a esa actitud inicial del proceso revolucionario, se fue descubriendo poco a poco. A los procedimientos y definiciones de la Junta que contrariaban lo declamado en los papeles, se agregaron, en el caso particular de Concepción del Uruguay, las comunicaciones suministradas por las autoridades españolas de Montevideo que no titubeaban en señalar el verdadero carácter revolucionario del proceso iniciado en Buenos Aires.

Y, entonces se produjo la lógica división entre aquellos que deseaban mantenerse fieles a la corona y quienes se sintieron identificados con el nuevo orden de cosas. Entre los primeros estaba el doctor Redruello. Advertido de lo que ocurría, y viendo la marcha que la Primera Junta imprimía a los sucesos, volvió sobre sus pasos. Rehusó la diputación recién conferida y emigró a Montevideo.

La Junta, al ser consultada por el Cabildo de Concepción del Uruguay sobre el particular, respondió que oportunamente avisaría lo que correspondería ejecutarse al respecto. En definitiva, y sobre todo por la posterior ocupación española de la villa, nunca se realizó acto alguno para elegir un nuevo diputado.

La actitud de don Josef de Urquiza. Actitud parecida a la de Redruello asumió el comandante general de los Partidos de Entre Ríos, don Josef de Urquiza. Conocido el dramático suceso de Cabeza de Tigre - el fusilamiento de Liniers y los otros jefes de la contrarrevolución - y alertado ya por diversas comunicaciones del gobernador español de Montevideo, don Joaquín de Soria, Urquiza renunció a su cargo el 13 de setiembre de 1810. Es, por lo tanto, equivocada la apreciación de algunos autores - v.gr. Benigno T. Martínez - respecto de los motivos determinantes de la actitud de Josef de Urquiza. De ninguna manera puede ser considerada como una reacción contra la medida de la Junta, que disponía que los Partidos de Entre Ríos quedasen subordinados a la Tenencia del Gobierno de Santa Fe, pues a esto, antes de renunciar, prestó total reconocimiento.

El alejamiento de Redruello y de Urquiza de sus respectivos cargos, no implicó su marginación de los acontecimientos que habrían de sobrevenir a corto plazo. Uno y otro, de ahí en más, trabajarán arduamente en defensa de sus ideas.

El primero mostró la vehemencia con que defendió su causa, poniendo todos sus recursos al servicio de los españoles. Cuando Michelena se apoderó de Concepción del Uruguay, le ofreció un banquete. Y, posteriormente, al ser recuperada la villa por los patriotas, se alejó definitivamente rumbo a Montevideo.

El segundo, al frente de un grupo de vecinos de la villa que respondían a la corona española, también se dirigió a la ciudad de Montevideo, para ponerse al servicio del gobierno de esa plaza.

Tiempos muy difíciles advenirán para los pobladores de Concepción del Uruguay. Divididos en dos bandos irreconciliables, serán no sólo testigos sino partícipes de una lucha inevitable. Patriotas y realistas pugnarán por el triunfo. Pero esta es otra historia que veremos después.




2


LA CONQUISTA DE LA VILLA

1810 - 1811


Revolución y contrarrevolución - La invasión de Michelena - Los españoles se apoderan de la villa - ¿Pudo haberse evitado la caída de la villa? - Bajo la dominación realista - El retiro de Michelena y la situación del cabildo adicto - Una deuda nunca saldada - El renacer de la esperanza.


Revolución y contrarrevolución. Los últimos meses del año 1810 fueron testigos de importantes acontecimientos que convulsionaron el territorio de Entre Ríos.

De tránsito al Paraguay, el general Manuel Belgrano llegó a la Bajada del Paraná, a principios de octubre. Conocidos son los plausibles esfuerzos de toda esa población para abastecer la fuerza expedicionaria. A ello se refirió el ilustre patriota, al decir: "Ningún obstáculo había que no venciesen por la patria".

Inflexible en el cumplimiento de su deber, Belgrano no titubeó en seguir la orden de la Junta de no variar el plan trazado y ello a pesar de ser reiteradamente advertido sobre la inminente invasión al territorio entrerriano por parte de los españoles de Montevideo, al mismo tiempo que se produciría el pronunciamiento de los núcleos realistas de las villas de Concepción del Uruguay, Gualeguay y Gualeguaychú.

Era evidente, en esos momentos, que las seductoras comunicaciones del gobernador de Montevideo Joaquín de Soria, habían promovido un ambiente favorable a la reacción española en las costas del Uruguay, mientras en la del Paraná predominaban los partidarios del nuevo orden.

Ante la renuncia presentada por Josef de Urquiza como comandante general de los Partidos de Entre Ríos, la Junta designó en su reemplazo al alcalde de primer voto de Concepción del Uruguay, doctor José Miguel Díaz Vélez. En su Autobiografía, el general Belgrano expresó: "Para asegurar en el partido de la revolución el Arroyo de la China y demás pueblos de la costa occidental del Uruguay, nombré comandante de aquella orilla al doctor José Díaz Vélez, y lo mandé auxiliado con una compañía de la mejor tropa de caballería de la patria que mandaba el capitán don Diego González Balcarce".

Ya a mediados de setiembre, cuando Díaz Vélez no había sido designado todavía comandante general, en su carácter de administrador de correos y alcalde de Concepción del Uruguay, se dirigió a la Junta pidiéndole el envío de 100 o 200 hombres con la finalidad de asegurar las providencias gubernativas, pues de lo contrario los españoles podrían tomar la villa con suma facilidad. Como veremos, el vaticinio no tardó en cumplirse.

El clima que se vivía por esos días en Concepción del Uruguay era de gran tensión. Dada la proximidad de la invasión española proyectada desde Montevideo, los realistas de la villa, sin ninguna clase de tapujos, hacían ostentación de sus ideas.

No cabe duda que la Junta de Buenos Aires estaba al tanto de todas estas ocurrencias, puesto que con fecha 19 de octubre, ordenó al comandante de Entre Ríos que adoptara "las más serias providencias para arrancar de raíz toda semilla de contradicción a la buena causa de las Provincias que tan gloriosamente sostenemos".

Pero a pesar de que Díaz Vélez intentó tomar algunos recaudos, no fue posible frenar la contrarrevolución.

La invasión de Michelena. A todo esto, el gobernador militar de Montevideo, Gaspar de Vigodet, dispuso el 16 de octubre de 1810, que el capitán de la marina española Juan Angel Michelena se apoderara de Entre Ríos. En cumplimiento de tal resolución, éste se dirigió con su flotilla a Paysandú, mientras por tierra marcharon algo más de 200 hombres.

A partir de ese momento los sucesos se precipitaron. Simultáneamente con el arribo de Díaz Vélez a Concepción del Uruguay, donde fue reconocido en su flamante cargo de comandante general de Entre Ríos, Michelena inició su campaña sobre el Arroyo de la China. Pero dejemos que sea el propio Díaz Vélez, a través de su informe al teniente gobernador de Santa Fe, el que nos dé a conocer los detalles del comienzo de la invasión. "Acabo de llegar en este momento (30 de octubre) y de ser reconocido por Comandante - expresó -; los momentos urgen a tomar las más activas providencias de seguridad en los pasos del Uruguay, y defensa de este pueblo. Llegó Michelena a Paysandú con fuerzas cuyo número no sabemos de cierto. Pasó el día de ayer 14 o 15 hombres a este lado en los terrenos de mi estancia y robaron mi barco y las canoas que siempre he tenido para el paso del río, robándome asimismo el bote de la curtiduría. No se sabe qué fuerzas tiene, ni se puede averiguar otra cosa en tan corto término y creo dar a V.S. la noticia más ajustada en la copia inclusa; haciéndole presente al mismo tiempo que corre aquí la voz de que caminaron para la Bajada tres o cuatro cañoneras y una fragata".

Los seis días que siguieron fueron de incertidumbres y zozobras. Distintos sentimientos y diferentes sensaciones experimentaban los habitantes de Concepción del Uruguay. Nunca, hasta ese momento, la tragedia de la guerra los había rozado tan de cerca. Sin embargo, en algunos latía esperanzada alegría: las fuerzas españolas estaban cada vez más próximas y muy pronto se apoderarían de la villa. En otros - sin importarles hacia donde se inclinara el triunfo - sólo había temor frente a los acontecimientos que se iban a producir. Pero también estaban aquellos en los que comenzaba a arder un sentimiento nuevo: el de la patria naciente.

En la madrugada del 6 de noviembre de 1810 comenzó el ataque. Ni siquiera se esperó la oportunidad de una noche oscura. La luna iluminaba las aguas mansas y plateaba la copa de los árboles, cuando las fuerzas de Michelena cruzaron el río.

Aunque detectados por las patrullas destacadas por Díaz Vélez, los españoles pudieron desembarcar con toda comodidad en una costa llena de montes, "todos puntos difíciles de guardarse y mucho más con tan poca gente".

Según comunicó aquél al general Belgrano, apenas conocida la presencia del enemigo en las cercanías de Concepción del Uruguay, "como desde que pisó ese destino hemos vivido de día y de noche sobre las armas, puse inmediatamente la gente a caballo y me mantuve así hasta que se aclaró el día".

Con las primeras luces del alba, una nueva desazón golpeó el ánimo de Díaz Vélez. Algunos hombres que había adelantado, volvieron con la noticia de la superioridad numérica del adversario y de sus armas, puesto que hasta contaban con tres pequeños cañones. Poco era lo que podían hacer los defensores de Concepción del Uruguay, y ello a pesar de los 45 hombres de caballería que, al mando de Diego Balcarce, había enviado en su auxilio el general Belgrano.

Cuando las fuerzas españolas estuvieron "como a tres cuadras" de la villa, Díaz Vélez no esperó más y abandonó el lugar junto con su tropa "a la marcha y trote".

En su informe a Belgrano, el comandante de Entre Ríos expresó que no habían sido vanos sus recelos "sobre la pérdida inevitable de la villa del Uruguay, quedándome la sola satisfacción de haber retirado la Compañía de Caballería de la Patria y algunos milicianos que se me reunieron con su capitán don Joaquín Vilches, con orden y guardando el decoro correspondiente a las armas".

Los españoles se apoderan de la villa. Sobre la toma de la villa de Concepción del Uruguay por parte de los españoles existe otro valioso documento, emanado de uno de los oficiales invasores. Esta versión de los sucesos - con excepción de la parte en que se hace referencia a los servicios prestados por Francisco Ramírez - no ha sido tenida en cuenta por los historiadores entrerrianos que se han ocupado del tema. Nos referimos a lo afirmado por José Rondeau, en esos momentos todavía al servicio de España. En su Autobiografía dejó escritos sabrosos detalles de la operación, que vienen a completar, así, el cuadro ya descripto.

El futuro jefe patriota expresó: "Me incorporé a la fuerza dicha (de Michelena), en momentos que su jefe se disponía a pasar con ella a la villa de Concepción del Uruguay a batir otra como de igual número que estaba en ella a las órdenes del doctor Díaz Vélez, nombrado entonces teniente coronel de milicias por el gobierno de Buenos Aires... La maniobra de embarque se hizo de noche pero en plena luna, de modo que una partida de las tropas patriotas que constantemente estaba en observación a la parte opuesta del río, llevó esta noticia a su jefe muy anticipadamente a nuestro arribo, porque también el viento era contrario y hacíamos poco camino. Con todo, muy cerca del amanecer, entramos a la boca del Arroyo de la China y en esta situación me ordena el comandante Michelena que tomase el bote que iba a popa del falucho que montábamos y que fuese a hacer la descubierta sobre el muelle o desembarcadero de aquel arroyo.

"Al mismo tiempo que conocí la impericia e imprudencia de este mandato, porque era de esperarse que habría guardia en el desembarcadero, como en efecto la había, de veinte individuos de tropa con un oficial, que al acercarnos nos lo habrían privado haciéndonos una descarga; no obstante salté al bote que ya se había traído al costado con ocho soldados, cuatro marineros que bogaban y el patrón al timón. Felizmente me acordé a los pocos momentos de haberme separado del falucho que el modo de salvar el riesgo que dejo indicado, era navegar por la costa y desembarcar en una de las varias entradas que tenía el bosque antes de llegar al muelle, las que yo conocía muy bien por haberlas practicado muchas veces en el ejercicio de la caza y aunque hacía largo tiempo que me había separado de aquellos países creía que aún debían existir. Prevenido el patrón, respiró por esta medida de precaución porque iban amilanados; así es que como dos cuadras antes de llegar al puerto, me colé en el monte con mis ocho soldados y marchamos con mucho silencio. Poco antes de llegar al muelle, hice disparar dos o tres tiros y levantar algazara. La guardia patriota se sorprendió y no hizo otro movimiento que el de montar a caballo y correr hacia la villa (Concepción del Uruguay), dejando un hombre a quien encontramos bregando con el suyo y tan alborotado que no lo dejaba montar. Fue hecho prisionero, y de él traté de tomar algunas noticias sobre la fuerza que ocupaba el pueblo; pero bien fuese por lo aturdido que estaba o porque nada sabía a este respecto, ningún conocimiento prestó.

"Pareciéndome que era llegado el momento de mi fuga, salí del puerto solo y me adelanté al camino que iba a la población hasta enfrentar con la quinta de Sagastume; allí hice alto, y me puse de pie sobre una masa de carreta que había en la calle, sirviendo de base a una cruz, y en observación de los movimientos de la tropa que se veía a caballo en el pueblo y no tardé en conocer que desfilaba en retirada hacia el interior de aquel territorio. Entonces volví al muelle y ordené al patrón que ya se había acercado con el bote, llevase al jefe (Michelena) la noticia de que el puerto y población estaban francos, pero como el viento había calmado enteramente, tardaron los buques mucho rato en llegar. Hecho el desembarco, pasamos a ocupar el pueblo, y en él se supo con certeza que la tropa que lo había dejado, se dirigía a la Bajada". (José Rondeau, Autobiografía).

¿Pudo haberse evitado la caída de la villa? La ocupación de la villa había sido consumada. Los relatos de Díaz Vélez y Rondeau - por ese entonces en bandos antagónicos - nos han permitido conocer con bastante detalle la conquista de Concepción del Uruguay por los españoles.

Ante lo ocurrido resulta lícito preguntarnos: ¿Pudo haberse evitado la caída de la villa?

Belgrano había pensado que era más conveniente en esos momentos acudir con sus fuerzas hacia el Uruguay y tratar de impedir la toma de las villas por los realistas, pero la Junta decidió continuar con el plan inicial de expedicionar sobre el Paraguay. Y aunque acató disciplinadamente la medida, su disconformidad fue innegable. Para que no se crea que ésta es una simple conjetura de nuestra parte, veamos lo que el mismo Belgrano dejó escrito sobre la cuestión del Arroyo de la China.

"Tuve noticias positivas de una expedición marítima que mandaba allí (Concepción del Uruguay) Montevideo y le indiqué al gobierno que se podría atacar; me mandó que siguiera mi marcha, sin reflexionar ni hacerse cargo de que quedaban aquellas fuerzas a mi espalda, y las que si hubiesen estado en otras manos, me hubieran perjudicado mucho. Siempre nuestro gobierno, en materia de milicia no ha dado una en el clavo..."

La crítica ha aflorado clara y precisa. Incluso con cierto dejo de lamentación. Es que Belgrano escribió estas líneas poco después de ocurridas las penosas jornadas de Vilcapugio y Ayohuma y cuando todavía sentía el escozor de lo sucedido en 1812, oportunidad en que obtuvo el brillante triunfo de Tucumán, contrariando las expresas órdenes del gobierno.

En Alcaraz, el jefe patriota se enteró de la caída de la villa de Concepción del Uruguay en poder de las fuerzas españolas a las órdenes de Michelena. De inmediato ordenó a Balcarce que se le reuniese y, al mismo tiempo, insistió ante la Junta solicitando la autorización para repeler la invasión. Llegado a Curuzú Cuatiá, recibió la contestación de aquélla, que confirmaba la orden dada con anterioridad. Ante ello, a Belgrano no le quedó otra alternativa que seguir su marcha hacia el norte.

Es lugar común en la historiografía entrerriana realzar sin retaceos la figura del comandante de Entre Ríos y ex alcalde de Concepción del Uruguay, doctor José Miguel Díaz Vélez, por su actuación en aquellos difíciles momentos del año diez. Sin embargo, para una más adecuada valorización del personaje, convendría no dejar de lado cierta afirmación de Belgrano estampada en su Autobiografía: "Aquellas fuerzas de Montevideo se pudieron tomar todas; venían en ellas muchos oficiales que aspiraban reunírsenos, como después lo ejecutaron, y si don José Díaz Vélez en lugar de huir precipitadamente, oye los consejos del capitán Balcarce y hace alguna resistencia, sin necesidad de otro recurso queda la mayor parte de la fuerza que traía el enemigo con nosotros y se ve precisado a retirarse el jefe de la expedición de Montevideo, Michelena, desengañado de la inutilidad de sus esfuerzos; y quien sabe si se hubiera dejado tomar, pues le unían lazos a Buenos Aires de que no podía desentenderse".

Como se ha podido apreciar, no es precisamente un elogio lo que fluye de las palabras de Belgrano con respecto a la actitud de Díaz Vélez, quien - como dijimos - se dirigió rápidamente a Santa Fe, dejando a Concepción del Uruguay y a las restantes villas entrerrianas libradas a su propia suerte.

Por supuesto que frente a esta drástica opinión, y, a fuer de sinceros, no podemos ignorar las afirmaciones de otros contemporáneos y el hecho de que muy difícil le hubiera resultado a Díaz Vélez la defensa de Concepción del Uruguay, dada la inferioridad militar en que se hallaba. Un testimonio interesante a este respecto, es el informe del vecino de Gualeguaychú, don Jaime Martí, quien el 3 de diciembre escribió a la Junta: "Asimismo creo deber añadir que la conducta del comandante Díaz Vélez ha sido consecuencia de las circunstancias, y tal vez que otro no se conduciría con igual prudencia y patriotismo. Abandonó su familia e intereses por el servicio de la patria; mantuvo a su costa exploradores que lo instruyeron de los movimientos del enemigo posesionado de la Banda Oriental del Uruguay. He oído a prófugos (que de la Concepción llegaron a Santa Fe) que todo europeo se había presentado a Michelena con una, dos y aun tres armas, cuando por otra parte el comandante Díaz Vélez, aun practicando los mayores esfuerzos, apenas pudo conseguir tres o cuatro fusiles".

Bajo la dominación realista. Con errores o sin ellos, lo cierto fue que Concepción del Uruguay cayó, el 6 de noviembre de 1810, en poder de los españoles. Los realistas y sus partidarios celebraron alborozados la entrada en la villa de las tropas de Michelena. En esas circunstancias, destacados vecinos tomaron abierta posición en favor de la causa realista. Recordemos, por ejemplo, a don Josef de Urquiza y al doctor José Bonifacio Redruello, quien dio un banquete en honor del jefe español. En carta a la Junta, de 20 de noviembre, Belgrano comentó estos sucesos diciendo: "...todos los europeos residentes allí y algún criollo del partido de Urquiza, también han seguido las huellas".

Apenas posesionado de la villa, Michelena ordenó la deposición del Cabildo y la elección de otro, cuyos componentes, por supuesto, eran adictos a la causa española. El nuevo ayuntamiento de Concepción del Uruguay quedó constituido de la siguiente manera: alcalde de primer voto: Ignacio Sagastume; alcalde de segundo voto, Mariano Romero; regidor decano, Juan Anca y Puente; alguacil mayor, Francisco Cortina; fiel ejecutor y juez de policía, Juan Baustista Gomensoro; defensor de pobres y menores, Juan José Walton; síndico procurador, Miguel Dumont.

Es posible que los vencedores hayan cometido algunos excesos. Al menos, así ha quedado reflejado en las palabras de Zapata, al afirmar que muchos eran los que se estaban cometiendo con la población de Concepción del Uruguay, pues se ponía en prisión hasta "las mujeres y niñas solteras". Según el mismo informante, los criollos eran aborrecidos a tal extremo, que no se les permitía estar ni en las vecindades de la villa, pues si los españoles divisaban alguno, "aunque fuera de lejos, buscaban igual proporción que la que se busca a un pato para asegurarse el tiro".

Michelena ordenó abrir causa criminal contra los vecinos de Concepción del Uruguay, José Miguel Díaz Vélez, Joaquín Vilches, Ramón Martiranía, Francisco Doblas y Juan Suárez. Y, al propio tiempo, dispuso que los que tuviesen armas se presentasen con ellas para que sirvieran en el momento que se precisase, manifestando que "el que no estuviese gustoso hablase, pues él solo se hallaba hombre para defenderse". Además, no faltó la amenaza, pues el jefe español expresó que a todo sujeto que no estuviese de acuerdo le serían confiscados sus bienes "y sus vidas en peligro y la de sus hijos".

El 7 de noviembre, en horas de la tarde, convocó al vecindario de la villa y su Partido, para que en reunión general, prestase juramento de obediencia al gobierno de Montevideo y muy probablemente al Consejo de Regencia, con la suprema autoridad depositaria de la soberanía española.

Una deuda nunca saldada. Durante su permanencia en Concepción del Uruguay, Michelena debió recurrir a algunos préstamos para la subsistencia de las tropas a su mando. Así pudo reunir la suma de 4.206 pesos, de los cuales, casi la cuarta parte, fue aportada por José Tomás de Cacho.

Después de la recuperación de la villa por las fuerzas patriotas, este vecino de Concepción del Uruguay emigró a la Banda Oriental, donde falleció en la villa de Mercedes, el 16 de febrero de 1812. Y no obstante las estrecheces económicas que pasó en esta etapa de su vida, nunca pudo recuperar ni siquiera parte del dinero entregado a los españoles, a cuya causa demostró siempre la mayor fidelidad.
Fuente: Historia de Concepción del Uruguay. Tomo I. Prof. Oscar Urquiza Almandoz

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